Desde el 2012, el tercer sábado de mayo celebramos cada año Día Mundial del Whisky con eventos, catas, cócteles y reuniones dedicadas a la mítica bebida por todo el mundo, y las razones para levantar un vaso con whisky en su honor y decir sláinte no son pocas.
Toda clase de personas y personajes se han dejado seducir a lo largo de la historia por este destilado. Nos gusta referir especialmente a cineastas, artistas, músicos, filósofos, y particularmente a escritores como Scott Fitzgerald, James Joyce, o Mark Twain, por mencionar algunos, quienes han hecho patente su predilección por el whisky en sus obras, o como Samuel Beckett para el que no existía un whisky mejor en el mundo que Bushmills. Independientemente de cuál sea tu marca favorita, tus aromas preferidos o tu manera personal de tomarlo, el whisky es, más que un destilado de granos, una celebración a la civilización, un manifiesto de cultura y tradición, y una prueba fehaciente de resiliencia en la historia de la humanidad. Veamos algunos porqués.
El origen del whisky
El origen del whisky resulta intrigante e incierto, y parece más que imposible darnos a la tarea de colocar una fecha puntual a la creación del whisky. En cambio, lo que sí podemos rastrear es en dónde y cuándo surge la destilación, gracias a los vestigios de antiguas civilizaciones, y determinar que ha estado ligada a la historia de la humanidad por más de seis mil años.
Sabemos que fueron los monjes católicos quienes aprendieron este arte de manos de los árabes, y lo llevaron hasta Irlanda en donde se creó el “uisge beatha” (agua de vida en gaélico antiguo), vocablo que sería deformado con el paso del tiempo hasta convertirse en whisky. No es casualidad que el “uisge beatha” aparezca mencionado por primera vez en 1405 en el “Irish Annals of Clonmacnoise”, en donde se indica que el jefe de un clan murió después de “taking a surfeit of aqua vitae” ingerir una cantidad excesiva de agua de vida, en Navidad. Y tampoco lo es el hecho de que la destilería de Bushmills posea la licencia más antigua del mundo para producir whisky de malta expedida en el año de 1608. Lo cierto es que, aunque nadie lo haya imaginado hace más de mil quinientos años, el whisky llegó hasta nuestros días y se encuentra en su etapa más disruptiva, rica y apasionante.
El proceso y el tiempo de las barricas de whisky
Para destilar malta sólo se requiere cebada, levadura y agua; para producir whisky el elemento más importante es el tiempo. No se puede acelerar, pero tampoco se puede detener. El tiempo en barrica es lo que le otorga al whisky sus más extraordinarias cualidades organolépticas, y lo convierte en un destilado único. Cuando tenemos un vaso de whisky en la mano, además de un proceso desarrollado durante milenios hasta la perfección, sostenemos en él una cantidad importante de años de trabajo de todos los involucrados en su producción. Hay whiskies en las bodegas con mayor edad que muchas de las personas que trabajan hoy en las destilerías. Cada barrica lleva una parte del tiempo de vida de quienes lo ven nacer, y de quienes lo cuidan hasta que madura y adquiere las singulares características que todos buscamos encontrar, y que en ocasiones nos emocionan hasta la lágrima.
Un mínimo de tres años tiene que pasar (en Irlanda, Escocia y Japón) desde que se destila el grano hasta que está “listo” para ser llamado whisky. En Bushmills aguardamos pacientemente durante 10 años para obtener el perfil de nuestra malta más joven: Bushmills Single Malt 10 años. Esta edad nos permite destacar todo el sabor de malta, las notas dulces de la barrica ex-bourbon y las especias del paso por botas ex-sherry.
Por otro lado, nuestro Bushmills Single Malt 16 años posee en cambio un carácter profundo marcado de frutos rojos, compotas y frutos secos, gracias a la barrica ex-oporto que le permiten acompañar una charla de horas; mientras que nuestro Bushmills Single Malt 21 años es la expresión más elegante de Irlanda. Complejo, redondo y enigmático, gracias a su final en barrica ex-madeira, posee una expresión multicapas que se descubren con el paso del tiempo, esta vez en la copa.
El corazón del primer whisky del mundo y el maridaje
Aproximadamente sólo el 30% del líquido es considerado como corazón durante la destilación. En él se concentran los aromas y sabores desarrollados durante cada una de las etapas del proceso de producción. Sin embargo, para que este corazón pueda llamarse whisky necesita desarrollar todo su potencial y su verdadero carácter dentro de una barrica durante largos periodos de envejecimiento, en donde los resultados finales pueden ser impredecibles. Una vez transcurridos los tiempos correctos de guarda, el whisky se transforma en la bebida con mayor cantidad de congéneres aromáticos (se habla de hasta 500 descriptores aromáticos), lo que la posiciona como la bebida más compleja, por encima de otras como el vino.
Esto nos permite contar con whiskies apropiados para toda clase de tendencias de consumo, desde la coctelería a los tragos largos; desde beberlo con hielo a tomarlo «neat»; y nos abre además las puertas para explorar maridajes que pueden resultar muy sencillos y agradables, como empatar maltas con quesos, charcutería y chocolates; hasta aquellos más contundentes que nos lleven a detonar otro nivel de nuestra percepción, haciendo fusiones con platillos intensos de cocciones lentas con carnes, o sutiles empates con productos crudos del mar. Todo esto crea experiencias complejas y enriquecedoras a los sentidos. La suavidad de cada una de las maltas de Bushmills es ideal para internarnos en los laberínticos caminos del maridaje. Atrévete a experimentarlo.
¡Happy World Whisky Day! ¡A celebrar el Día Mundial del Whisky!